DISCURSO DE LOS ALUMNOS
Distinguidos miembros de la Mesa Presidencial;
honorables profesores, doctores, padrinos y miembros del colectivo universitario en general;
familiares y demás allegados (algunos de los cuáles me consta que han venido desde muy lejos);
en definitiva, amigos todos; a vosotros que habéis preferido dejar a un lado la reflexión del famoso “Estatut” para acompañarnos hoy en nuestra graduación como médicos: buenos días y ante todo gracias por estar aquí.
Antes que nada, me gustaría dirigirme a mis compañeros de la promoción médica 2000-2006, a quienes, si no desde un punto de vista estrictamente académico, al menos sí desde el punto de vista sanitario puedo llamarles ya –ahora sí-, doctores (¡¿a que suena bien, compañeros?!); a ellos deseo agradecerles esta oportunidad y este honor que me brindan de poder pronunciar unas palabras en nombre y representación de todos ellos. Solamente espero poder hacer justicia a tal cometido.
Deseo también agradecerle al Dr. Barranco el honor que nos hace apadrinando nuestra promoción y presidiendo este acto y a la Dra. Iglesias el que aceptase actuar como vocal.
Si les soy sincero, he de reconocer que cuando se me propuso decir estas palabras, fueron muchos los pensamientos, vivencias, sentimientos y anécdotas que se agolparon en mi mente, tántos y tán diversos, que se me hacía imposible poder plasmarlos en este discurso sin extenderme durante horas y horas a lo Fidel Castro; y es que no resulta fácil sintetizar seis años de formación y convivencia en unos pocos minutos. No obstante, procuraré ser breve y, como dirían nuestros colegas los dermatólogos, “ir directamente al grano”.
El caso es que culminan aquí 6 años de un largo y fatigoso periplo universitario, de un viaje cuya primera etapa, al menos, llega ya a su fin. Atrás quedan esas magistrales clases de Anatomía del mítico Dr. Domènech, las tediosas clases de Bioquímica y Estadística, nuestros primeros pinitos en el ámbito de la propedéutica con la asignatura de Patología general... Y es que no son pocas las experiencias vividas por un médico durante su gestación en el período de formación universitaria, como tampoco son pocas las emociones que ellas suscitan...
Aún guardo un lúcido recuerdo de nuestras primeras andanzas en la idílica Bellaterra, un paraje peculiar donde los haya, en cierto modo paradisíaco y con un particular microclima; allí, alejados del mundanal bullicio de la gran urbe, nos adentramos en la tán temida y a la vez esperada sala de disección. Entre caras de asombro y de náusea, enfundados en nuestras almidonadas batas blancas, escalpelo en mano, nos enfrentamos por vez primera a ese hedor a formol que reinaba en el ambiente y que impregnaba toda la facultad (y también nuestras batas; y si no qué se lo digan a nuestras madres). De este modo, descubrimos lo fascinante que puede llegar a ser el organismo humano, a la par que complicado; y cuando ya nos parecía que la cosa no podía complicarse más, llegó el segundo año, en el que siendo ya cafeinómanos perdidos y tras descubrir que la Anatomía es algo realmente muy distinto al “jugar a médicos” de la infancia, uno se entera de que al parecer en el cerebro humano hay una serie de estructuras que tú ni por asomo te habías imaginado que existieran... (al parecer los de “Érase una vez la vida” se olvidaron de mencionarlas en sus episodios): que sí tálamo, hipotálamo, sustancia nigroestriada y otras tántas palabrotas médicas que tánto nos gustan a los galenos (¿por qué no haríamos las prácticas de Anatomía con cerebros de algunos políticos, que tienen menos intringulis?)
Ya con la ilusión de acceder al mundo hospitalario, dejando atrás probetas, pipetas, prácticas donde nunca cuadraban los resultados y sesiones maratonianas en el laboratorio, llegamos en tercero a este magnífico lugar donde habría de transcurrir el resto de nuestra formación; en un emplazamiento privilegiado, junto al mar, empezamos a hacer nuestras primeras historias clínicas y mientras uno de nosotros historiaba al paciente, varios apuntanban y otros descifraban –o al menos lo intentaban- lo que había escrito en el informe. Ahora bien, durante la carrera hemos desarrollado también otras aptitudes, como por ejemplo la famosa “caligrafía médica”, una asignatura en la que algunos se esfuerzan en obtener la mejor nota con complicados trazados electrocardiográficos que pretenden ser letras... o la traducción de vocablos del lenguaje popular a la intrincada jerga médica, con la dificultad que entraña interpretar términos tales como “cataplasma en el ojo izquierdo”, “tai-tai aorto-femoral”, las famosas “verticalalgias” o lo que es lo mismo, “dolor de verticales”; y los curiosos nombres dados a los medicamentos como el famoso “mazapán” que se da para los nervios.
No obstante, bromas y anécdotas aparte, deseo expresar desde aquí nuestro más sincero respeto, aprecio y afecto a nuestros bienamados pacientes, quienes nos han enseñado que como bien dijo el Dr. Marañón, “el mejor instrumento de un médico es la silla para escuchar al paciente”.
Por otra parte, durante un curso entero descubres que la Microbiología es algo más que aquellos juegos a los que estabas acostumbrado cuando eras niño con el Micronova y te asombras de toda la fauna que puede llegar a habitar en tu reloj (de hecho, te vuelves un tánto “psicótico” y acabas viendo virus, parásitos y bacterias por todas partes); aprendes asimismo la importancia del lavado de las manos y del grupo control; y descubres cuánto dista de la realidad el retrato que se hace de la Medicina en la serie de “Hospital Central”; luego en 4º y 5º curso, con el devenir de las asignaturas clínicas comienzas a experimentar en tu propio ser toda una serie de extrañas dolencias conforme vas estudiando cada una de las enfermedades que se explican en clase para luego llegar a sexto y darte cuenta que estos dos cursos de patología médico-quirúrgica te los podrías haber ahorrado –al menos en parte- si se diera una rigurosa y buena praxis de la medicina preventiva.
Sí, amigos, la carrera es larga y además intensa y nos deja a cada uno de nosotros una gran cantidad de recuerdos. Por otra parte, no solamente se trata de lo puramente académico; pues, ¿cómo olvidar las novatadas, estoooooooooo..., quiero decir, los “actos de recepción y acogida de los alumnos de nuevo ingreso” de Bellaterra”?, los interminables “tochos” de apuntes por estudiar, esas comisiones que tánto echaremos de menos, con sus chistes intercalados, sus dedicatorias o sus viñetas de Mutts... ; cómo olvidar támbién las bellísimas puestas de sol y los partidos de voleyball en la playa; o esos videoclips tunecinos improvisados y esas misteriosas viriasis puntacaneras; o las animadas cenas de gala con alguna que otra sorpresa; los lapsus de algún futuro neurólogo que pretendía tratar la miastenia gravis con Botox®; los congresos con sus periferia y sus banquetes; o esas amenas tardes de plática en la cafetería de, primero la unidad docente de Bellaterra y luego en la del hospital, por supuesto, hablando de Banyoles. No podemos ni debemos olvidar las amistades que en el seno de nuestra bienamada Facultad se han forjado. Algunos incluso han encontrado el amor. Todos nos hemos encontrado, al menos en parte, a nosotros mismos. Y es que creo que todos los aquí presentes estaremos de acuerdo en que nuestra formación universitaria ha sido sumamente enriquecedora, no solamente en el ámbito científico, sino también en lo social y en lo humanístico; nos ha ayudado a desarrollarnos como personas, a pensar y ser libres, a manejarnos en un mundo a menudo hostil... en honor a la verdad quizás debiera añadir que no tánto como nos gustaría pero al menos si lo suficiente para restar advertidos de todos los desvelos y adversidades que nos aguardan. En estos años de carrera hemos madurado, nos hemos hecho mayores y hemos reafirmado en mayor o menor grado esa llama ardiente vocacional que, sin adoptar un cariz religioso o místico, ardía en muchos de nosotros, preconizando el principio fundamental que debe regir la labor de un médico y que, como bien decía Paracelso, es el Amor; me refiero a esa vocación con la que empezamos la mayoría de nosotros la carrera y que junto al hecho de trabajar con vidas humanas hace de esta profesión, tal y como adujo el Profesor Domènech en su día, una profesión de excelencia. Ahora solamente nos queda esperar que con todo lo que nos queda por delante no se apague jamás esta llama y que nada nos haga indiferentes al dolor ajeno. Sepan Vds. que los alumnos de esta promoción que hoy se gradúa somos conscientes de la enorme responsabilidad contraída con la sociedad. Hace 6 años entrábamos por la puerta de la Facultad como alumnos de primer año y ahora salimos como médicos pero si hay algo que en todo este tiempo ha restado inmutable esto es nuestra convicción de la necesidad de ser fieles al principio hipocrático de no maleficiencia, a esas palabras que presidieron nuestra formación desde el primer día: Primum non nocere, “lo primero es no hacer daño”. Esperemos que éstas nos acompañen a lo largo de toda nuestra vida profesional y que jamás nos abandonen.
Dejamos la Universidad, sí, y aunque lo hacemos contentos de egresar como médicos, nos queda cierto sabor agridulce que emana de la evocación de todos los buenos momentos vividos. Ciertamente también ha habido momentos no tan buenos, para qué engañarnos; momentos duros; pequeñas crisis existenciales y alguna que otra crispación; algunos de nosotros han compaginado trabajo y estudios y todos, absolutamente todos, hemos empeñado muchas horas de nuestra juventud tratando de asimilar las ingentes cantidades de información y conocimientos médicos que nos permitieran llegar hasta donde nos encontramos hoy; y es que aunque dicen que la etapa universitaria es de las mejores de todas las experiencias vitales, ésta no está exenta de altibajos y contratiempos. Y si no que se lo digan a nuestros familiares, que han tenido que lidiar con nuestra irascibilidad y nuestro nerviosismo en períodos de estrés y de exámenes... ahora bien, el balance global es, con diferencia, claramente positivo y con una rápida mirada hacia atrás podemos concluir que las buenas experiencias vividas en el seno de esta Facultad compensan cualquier contratiempo sufrido.
Hoy ha llegado el día en que hemos de despedirnos de nuestros profesores, al menos de momento, pues no se trata de un “adiós” definitivo, sino de un “hasta luego”. No obstante, de ahora en adelante deberemos continuar la senda por nosotros mismos, emanciparnos y aprender de nuestros propios errores, aunque eso sí, armados con los conocimientos adquiridos durante la carrera, de los que esperamos hacer un uso juicioso, y con la certeza de tener referentes a quienes consultar en caso de duda; es por todo ello que me gustaría dirigir unas palabras de agradecimiento y de reconocimiento a la labor docente de todos nuestros maestros (incluidos los médicos residentes) y muy especialmente a aquéllos que no sólo nos han enseñado Medicina, sino también humanidad y humildad; y es que, como diría el Dr. Sanz Marín, a quien ruego, me disculpe la licencia de hacerme eco de una de sus frases: “nunca nadie dio tánto por tán poco”. Dicho esto, solamente me resta desear que a nuestros estimados profesores les quede una buena impresión de estos nuevos médicos y colegas a los que han ayudado a formarse y desarrollarse social, humanística e intelectualmente. Vayan también unas sinceras palabras de agradecimiento y reconocimiento a su labor para nuestros queridos amigos de Conserjería/Secretaría Paco, Nacho, Pilar, José Antonio y Dolors; a Ascensió, Núria y los becarios de la Biblioteca; así como para nuestras amigas del Servicio de Limpieza, Rosario y Fusia, que tánto ánimos nos han dado en esos momentos tan tensos previos a los exámenes y en las largas esperas de las notas.
Ahora bien, sería injusto e ingrato obviar en nuestro reconocimiento la paciencia y la labor de apoyo moral y económico ejercida por nuestros padres, gracias a los cuáles estamos hoy aquí y que nos han ayudado a que en un futuro próximo nosotros podamos ayudar a los demás. Así que, papás, mamás: muchas gracias por todo.
Por último, me gustaría también recordar a todas aquellas personas que por desgracia ya no están entre nosotros pero a quienes les hubiera gustado estar hoy aquí presentes y que han formado parte de nuestras vidas, contribuyendo de forma activa a nuestro sueño común de ser médicos. Siempre les llevaremos en el corazón y en la memoria.
honorables profesores, doctores, padrinos y miembros del colectivo universitario en general;
familiares y demás allegados (algunos de los cuáles me consta que han venido desde muy lejos);
en definitiva, amigos todos; a vosotros que habéis preferido dejar a un lado la reflexión del famoso “Estatut” para acompañarnos hoy en nuestra graduación como médicos: buenos días y ante todo gracias por estar aquí.
Antes que nada, me gustaría dirigirme a mis compañeros de la promoción médica 2000-2006, a quienes, si no desde un punto de vista estrictamente académico, al menos sí desde el punto de vista sanitario puedo llamarles ya –ahora sí-, doctores (¡¿a que suena bien, compañeros?!); a ellos deseo agradecerles esta oportunidad y este honor que me brindan de poder pronunciar unas palabras en nombre y representación de todos ellos. Solamente espero poder hacer justicia a tal cometido.
Deseo también agradecerle al Dr. Barranco el honor que nos hace apadrinando nuestra promoción y presidiendo este acto y a la Dra. Iglesias el que aceptase actuar como vocal.
Si les soy sincero, he de reconocer que cuando se me propuso decir estas palabras, fueron muchos los pensamientos, vivencias, sentimientos y anécdotas que se agolparon en mi mente, tántos y tán diversos, que se me hacía imposible poder plasmarlos en este discurso sin extenderme durante horas y horas a lo Fidel Castro; y es que no resulta fácil sintetizar seis años de formación y convivencia en unos pocos minutos. No obstante, procuraré ser breve y, como dirían nuestros colegas los dermatólogos, “ir directamente al grano”.
El caso es que culminan aquí 6 años de un largo y fatigoso periplo universitario, de un viaje cuya primera etapa, al menos, llega ya a su fin. Atrás quedan esas magistrales clases de Anatomía del mítico Dr. Domènech, las tediosas clases de Bioquímica y Estadística, nuestros primeros pinitos en el ámbito de la propedéutica con la asignatura de Patología general... Y es que no son pocas las experiencias vividas por un médico durante su gestación en el período de formación universitaria, como tampoco son pocas las emociones que ellas suscitan...
Aún guardo un lúcido recuerdo de nuestras primeras andanzas en la idílica Bellaterra, un paraje peculiar donde los haya, en cierto modo paradisíaco y con un particular microclima; allí, alejados del mundanal bullicio de la gran urbe, nos adentramos en la tán temida y a la vez esperada sala de disección. Entre caras de asombro y de náusea, enfundados en nuestras almidonadas batas blancas, escalpelo en mano, nos enfrentamos por vez primera a ese hedor a formol que reinaba en el ambiente y que impregnaba toda la facultad (y también nuestras batas; y si no qué se lo digan a nuestras madres). De este modo, descubrimos lo fascinante que puede llegar a ser el organismo humano, a la par que complicado; y cuando ya nos parecía que la cosa no podía complicarse más, llegó el segundo año, en el que siendo ya cafeinómanos perdidos y tras descubrir que la Anatomía es algo realmente muy distinto al “jugar a médicos” de la infancia, uno se entera de que al parecer en el cerebro humano hay una serie de estructuras que tú ni por asomo te habías imaginado que existieran... (al parecer los de “Érase una vez la vida” se olvidaron de mencionarlas en sus episodios): que sí tálamo, hipotálamo, sustancia nigroestriada y otras tántas palabrotas médicas que tánto nos gustan a los galenos (¿por qué no haríamos las prácticas de Anatomía con cerebros de algunos políticos, que tienen menos intringulis?)
Ya con la ilusión de acceder al mundo hospitalario, dejando atrás probetas, pipetas, prácticas donde nunca cuadraban los resultados y sesiones maratonianas en el laboratorio, llegamos en tercero a este magnífico lugar donde habría de transcurrir el resto de nuestra formación; en un emplazamiento privilegiado, junto al mar, empezamos a hacer nuestras primeras historias clínicas y mientras uno de nosotros historiaba al paciente, varios apuntanban y otros descifraban –o al menos lo intentaban- lo que había escrito en el informe. Ahora bien, durante la carrera hemos desarrollado también otras aptitudes, como por ejemplo la famosa “caligrafía médica”, una asignatura en la que algunos se esfuerzan en obtener la mejor nota con complicados trazados electrocardiográficos que pretenden ser letras... o la traducción de vocablos del lenguaje popular a la intrincada jerga médica, con la dificultad que entraña interpretar términos tales como “cataplasma en el ojo izquierdo”, “tai-tai aorto-femoral”, las famosas “verticalalgias” o lo que es lo mismo, “dolor de verticales”; y los curiosos nombres dados a los medicamentos como el famoso “mazapán” que se da para los nervios.
No obstante, bromas y anécdotas aparte, deseo expresar desde aquí nuestro más sincero respeto, aprecio y afecto a nuestros bienamados pacientes, quienes nos han enseñado que como bien dijo el Dr. Marañón, “el mejor instrumento de un médico es la silla para escuchar al paciente”.
Por otra parte, durante un curso entero descubres que la Microbiología es algo más que aquellos juegos a los que estabas acostumbrado cuando eras niño con el Micronova y te asombras de toda la fauna que puede llegar a habitar en tu reloj (de hecho, te vuelves un tánto “psicótico” y acabas viendo virus, parásitos y bacterias por todas partes); aprendes asimismo la importancia del lavado de las manos y del grupo control; y descubres cuánto dista de la realidad el retrato que se hace de la Medicina en la serie de “Hospital Central”; luego en 4º y 5º curso, con el devenir de las asignaturas clínicas comienzas a experimentar en tu propio ser toda una serie de extrañas dolencias conforme vas estudiando cada una de las enfermedades que se explican en clase para luego llegar a sexto y darte cuenta que estos dos cursos de patología médico-quirúrgica te los podrías haber ahorrado –al menos en parte- si se diera una rigurosa y buena praxis de la medicina preventiva.
Sí, amigos, la carrera es larga y además intensa y nos deja a cada uno de nosotros una gran cantidad de recuerdos. Por otra parte, no solamente se trata de lo puramente académico; pues, ¿cómo olvidar las novatadas, estoooooooooo..., quiero decir, los “actos de recepción y acogida de los alumnos de nuevo ingreso” de Bellaterra”?, los interminables “tochos” de apuntes por estudiar, esas comisiones que tánto echaremos de menos, con sus chistes intercalados, sus dedicatorias o sus viñetas de Mutts... ; cómo olvidar támbién las bellísimas puestas de sol y los partidos de voleyball en la playa; o esos videoclips tunecinos improvisados y esas misteriosas viriasis puntacaneras; o las animadas cenas de gala con alguna que otra sorpresa; los lapsus de algún futuro neurólogo que pretendía tratar la miastenia gravis con Botox®; los congresos con sus periferia y sus banquetes; o esas amenas tardes de plática en la cafetería de, primero la unidad docente de Bellaterra y luego en la del hospital, por supuesto, hablando de Banyoles. No podemos ni debemos olvidar las amistades que en el seno de nuestra bienamada Facultad se han forjado. Algunos incluso han encontrado el amor. Todos nos hemos encontrado, al menos en parte, a nosotros mismos. Y es que creo que todos los aquí presentes estaremos de acuerdo en que nuestra formación universitaria ha sido sumamente enriquecedora, no solamente en el ámbito científico, sino también en lo social y en lo humanístico; nos ha ayudado a desarrollarnos como personas, a pensar y ser libres, a manejarnos en un mundo a menudo hostil... en honor a la verdad quizás debiera añadir que no tánto como nos gustaría pero al menos si lo suficiente para restar advertidos de todos los desvelos y adversidades que nos aguardan. En estos años de carrera hemos madurado, nos hemos hecho mayores y hemos reafirmado en mayor o menor grado esa llama ardiente vocacional que, sin adoptar un cariz religioso o místico, ardía en muchos de nosotros, preconizando el principio fundamental que debe regir la labor de un médico y que, como bien decía Paracelso, es el Amor; me refiero a esa vocación con la que empezamos la mayoría de nosotros la carrera y que junto al hecho de trabajar con vidas humanas hace de esta profesión, tal y como adujo el Profesor Domènech en su día, una profesión de excelencia. Ahora solamente nos queda esperar que con todo lo que nos queda por delante no se apague jamás esta llama y que nada nos haga indiferentes al dolor ajeno. Sepan Vds. que los alumnos de esta promoción que hoy se gradúa somos conscientes de la enorme responsabilidad contraída con la sociedad. Hace 6 años entrábamos por la puerta de la Facultad como alumnos de primer año y ahora salimos como médicos pero si hay algo que en todo este tiempo ha restado inmutable esto es nuestra convicción de la necesidad de ser fieles al principio hipocrático de no maleficiencia, a esas palabras que presidieron nuestra formación desde el primer día: Primum non nocere, “lo primero es no hacer daño”. Esperemos que éstas nos acompañen a lo largo de toda nuestra vida profesional y que jamás nos abandonen.
Dejamos la Universidad, sí, y aunque lo hacemos contentos de egresar como médicos, nos queda cierto sabor agridulce que emana de la evocación de todos los buenos momentos vividos. Ciertamente también ha habido momentos no tan buenos, para qué engañarnos; momentos duros; pequeñas crisis existenciales y alguna que otra crispación; algunos de nosotros han compaginado trabajo y estudios y todos, absolutamente todos, hemos empeñado muchas horas de nuestra juventud tratando de asimilar las ingentes cantidades de información y conocimientos médicos que nos permitieran llegar hasta donde nos encontramos hoy; y es que aunque dicen que la etapa universitaria es de las mejores de todas las experiencias vitales, ésta no está exenta de altibajos y contratiempos. Y si no que se lo digan a nuestros familiares, que han tenido que lidiar con nuestra irascibilidad y nuestro nerviosismo en períodos de estrés y de exámenes... ahora bien, el balance global es, con diferencia, claramente positivo y con una rápida mirada hacia atrás podemos concluir que las buenas experiencias vividas en el seno de esta Facultad compensan cualquier contratiempo sufrido.
Hoy ha llegado el día en que hemos de despedirnos de nuestros profesores, al menos de momento, pues no se trata de un “adiós” definitivo, sino de un “hasta luego”. No obstante, de ahora en adelante deberemos continuar la senda por nosotros mismos, emanciparnos y aprender de nuestros propios errores, aunque eso sí, armados con los conocimientos adquiridos durante la carrera, de los que esperamos hacer un uso juicioso, y con la certeza de tener referentes a quienes consultar en caso de duda; es por todo ello que me gustaría dirigir unas palabras de agradecimiento y de reconocimiento a la labor docente de todos nuestros maestros (incluidos los médicos residentes) y muy especialmente a aquéllos que no sólo nos han enseñado Medicina, sino también humanidad y humildad; y es que, como diría el Dr. Sanz Marín, a quien ruego, me disculpe la licencia de hacerme eco de una de sus frases: “nunca nadie dio tánto por tán poco”. Dicho esto, solamente me resta desear que a nuestros estimados profesores les quede una buena impresión de estos nuevos médicos y colegas a los que han ayudado a formarse y desarrollarse social, humanística e intelectualmente. Vayan también unas sinceras palabras de agradecimiento y reconocimiento a su labor para nuestros queridos amigos de Conserjería/Secretaría Paco, Nacho, Pilar, José Antonio y Dolors; a Ascensió, Núria y los becarios de la Biblioteca; así como para nuestras amigas del Servicio de Limpieza, Rosario y Fusia, que tánto ánimos nos han dado en esos momentos tan tensos previos a los exámenes y en las largas esperas de las notas.
Ahora bien, sería injusto e ingrato obviar en nuestro reconocimiento la paciencia y la labor de apoyo moral y económico ejercida por nuestros padres, gracias a los cuáles estamos hoy aquí y que nos han ayudado a que en un futuro próximo nosotros podamos ayudar a los demás. Así que, papás, mamás: muchas gracias por todo.
Por último, me gustaría también recordar a todas aquellas personas que por desgracia ya no están entre nosotros pero a quienes les hubiera gustado estar hoy aquí presentes y que han formado parte de nuestras vidas, contribuyendo de forma activa a nuestro sueño común de ser médicos. Siempre les llevaremos en el corazón y en la memoria.
Bueno, esperando no haberles aburrido en exceso; reitero mis agradecimientos a todos mis compañeros, en cuyo nombre espero haber hablado; profesores, familiares y amigos que han querido acompañarnos en este acto de graduación que pone fin, o no (nunca se sabe) a nuestra vida universitaria. Y ahora sí, solamente me queda decir: ¡enhorabuena, promoción del 2006!
Barcelona, a 17 de junio de 2006;
Dr. CDD,
en representación de la promoción médica 2000-2006 del Hospital del Mar
4 Comments:
Me quito el sombrero, vaya discurso! Casi me ha hecho llorar! Que pena no haber estado ahí con vosotros, me hubiera encantado, tanto como amiga como licenciada yo misma. Bueno doctores del Mar, congratulations! Por cierto, no he encontrado ese "subreptíciamente", qué pasó? jajajja
Un saludo Dr. Delgado (m.d.) :)
Me quito el sombrero, vaya discurso! Casi me ha hecho llorar! Que pena no haber estado ahí con vosotros, me hubiera encantado, tanto como amiga como licenciada yo misma. Bueno doctores del Mar, congratulations! Por cierto, no he encontrado ese "subreptíciamente", qué pasó? jajajja
Un saludo Dr. Delgado (m.d.) :)
Estuviste de put....madreeeeeeee!!!
te felicito!!!!
a por ellosssssssssssssssss! oeeeeeeeeeeeeeeee!
Qué bonito el discurso!!! Además de médico, eres todo un filósofo y escritor…
Enhorabuena por la graduación, y por haber demostrado que, con tu dedicación, constancia y paciencia casi infinita (tanto hincando los codos noche tras noche, como al lado de los pacientes) has logrado tu sueño: el de ser médico.
Estoy segura de que, todos estos años de estudio no habrán servido sólo para poner a prueba tu capacidad memorística, o desarrollar tolerancia a la cafeína (jeje), sino que formándote como médico (cirujano, no?) salvarás muchas vidas y serás de gran ayuda a la humanidad…
Espero que, después de hacer el examen MIR puedas elegir la especialidad que más te llene como persona y la desempeñes con mucho esmero! Te deseo mucho éxito, tanto en lo profesional como en lo personal.
Un beso,
Carol.
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