BARCELONA MON AMOUR...

Son muchos los vuelos que estoy cogiendo últimamente; de hecho intento volar a Barna con una periocidad como máximo trimestral pero quizás el vuelo más importante que he cogido en toda mi vida ha sido el que tomé cuando abrí las alas y despegué del hogar paterno para emprender mi vida en tierras gallegas, donde he encontrado mi huequecito. Aquí, a pesar de la nostalgia (o morriña, según se prefiera) que pueda sentir hacia mi tierra y mi gente me encuentro muy a gusto en Santiago.
Ah... BARCELONA... Siempre magnífica, con su brisa mediterránea, su olor a playa, su mezcla de perfumes aromáticos y culturas en el barrio de El Raval, sus ferries y sus Golondrinas, sus edificios modernistas, la Torre de Collserola... Mis recuerdos de Barcelona son recuerdos de largas tardes veraniegas en los cafés del Passeig de Gràcia con los amigos, de encuentros frente al mítico Café Zurich de Plaça Catalunya, de los más bellos atardeceres frente al Port Vell, que nada tienen que envidiar a los de ciudades con tánto encanto como Praga o Venecia, de paseos por el Parc de la Ciutadella. Y luego está su magia. Dicen que quien prueba sus aguas en la Font de Canaletes vaya donde vaya acaba retornando a Barcelona. Ése es sin duda el embrujo de una ciudad que ha sabido crecer y apostar por el futuro guardando a la vez sus costumbres y tradiciones y conservando su idiosincrasia.