Un día más en el Servicio de Cirugía cardíaca de Santiago de Compostela. A priori uno podría pensar que se trata de un día como otro cualquiera, otro lunes cualquiera.. A las 06.30 horas me desvelo (no sé que me pasa últimamente que tengo el sueño trastocado) y a las 7 y cuarto mientras me dirijo al hospital dando un paseo (me gusta sentir el suave tacto de la brisa otoñal y del rocío matinal acariciando mi rostro) me fijo en el resto de figuras taciturnas que con aire parsimonioso y paso cansino enfilan su camino rumbo a sus respectivos trabajos. Es en momentos como éste que uno se siente orgulloso de desarrollar una profesión como la mía, en la que cada día ofrece nuevos retos que afrontar y nuevas lecciones que aprender... En fin; supongo que soy un privilegiado. Y es que es todo un lujo poder decir que uno se siente enamorado de su profesión -bueno, claro está que es una forma de hablar...- mientras los lunes resultan días tristes y sombríos para la inmensa mayoría de los mortales...
Llego al hospital. Tras un frugal desayuno en la cafetería laboral sin más compañía que mis pensamientos (que no son más que vanos soliloquios interiorizados de un pobre loco que pugna por comprenderse a sí mismo y a la naturaleza humana, sin éxito alguno) bajo a la planta y tras saludar a las enfermeras, me cambio y acudo al estadillo de Reanimación. Allí nos informan de los progresos y evoluciones de nuestros pacientes operados. Algunos de ellos ya están casi listos para subir a la planta; otros, evolucionan más "a modiño", como se suele decir aquí en estas tierras del noroeste. Tras el estadillo, toca ver las películas del día, esto es, las coronariografías de los pacientes que se van a operar y, luego, el protocolario café que precede toda actividad quirúrgica programada en nuestro servicio y que además de permitirnos cargar fuerzas y energía para acometer la faena nos permite un breve acto de socialización con los compañeros de fatigas y batallas. Finalmente, llega el momento de bajar a los quirófanos. Hoy me toca asistir de segundo ayudante en una reoperación: un reemplazo valvular aórtico de una bioprótesis por una válvula metálica en un paciente operado hace años portador de 2 by-passes coronarios. La intervención transcurre de forma impecable en un ambiente distendido y muy docente y culmina con mi intervención en el cierre de la esternotomía y, tras el traslado del enfermo a Rea, el también protocolario "café de la Victoria" como mi residente mayor y yo bautizamos en su día al café post-IQ. Hasta este momento todo ha transcurrido como un lunes más; como un lunes cualquiera y, sin embargo, para las dos personas que han depositado su confianza en sus respectivos cirujanos mientras yacían en las mesas de operaciones hoy ha sido un día que ha cambiado por completo sus vidas y ha decidido sus destinos... Más tarde, arriba ya en el despacho, de forma casual a raíz de vicisitudes que no vienen al caso surgió de mis labios la frase "debemos ser dueños de nuestro propio destino". Ahora bien, analizado fríamente y con un poco más de detenimiento -y "xeito" (¡qué bonita palabra ésta!)- uno se sorprende de lo falaz de dicha afirmación ya que, ¿quién puede ser dueño de su propio destino en un mundo donde lo único seguro es que nacemos y que acabaremos pereciendo y, con nosotros, se extinguirán nuestros actos, sueños, sentimientos y emociones, perdiéndose como se pierden las lágrimas en la vorágine de la lluvia...?